martes, 26 de enero de 2016

Manifestaciones ante el mito del trabajo y la educación

Dennis R. Herrarte S. 

Al menos dos meses antes de renunciar al trabajo en una Organización No Gubernamental en Guatemala, pensé innumerables veces si debía o no hacerlo, por mil y una circunstancias, fundamentalmente: ¿encontraré otro trabajo? Me aventuré a hacerlo, no sin antes darle miles de vueltas en la cabeza y el corazón. La verdad cuando inicié en ese espacio laboral me fue de mucha satisfacción ver que las puertas y espacios que se iban construyendo se estaban abriendo, se abrían a mi paso. Un mundo nuevo donde me sentía parte, incluido, actor. 

Después de dos años de ser parte del equipo de escuelas político-pedagógicas de educación popular, las cosas internamente fueron cambiando, muchas contradicciones en el discurso y la práctica organizativa, eso fue generando confrontaciones personales y colectivas. El equipo de trabajo nos organizamos, pensando en hacer ver esas contradicciones, sin esperar las reacciones conservadoras que se dieron desde la coordinación general de la institución, haciendo obvio el temor a ser confrontados. Ante la comprensión de fondo y analizarla continuamente con el colectivo de manera interna, no tuve más opción que retirarme de la organización. Ya no era el espacio de construcción que fue, los aportes eran cada vez más escasos y sin la motivación necesaria, se estaba volviendo un círculo vicioso, entre otros detalles. Lo mejor era, por el bien de las personas involucradas, darle paso a alguien más y seguir buscando desde otros frentes, otras trincheras, el seguir caminando, seguir construyendo.

Luego de mi salida, la situación fue dando giros importantes. Logré formar parte de un equipo consultor para realizar un estudio etnográfico por 3 meses. De acá en adelante mi historia se enmaraña de experiencias y situaciones difíciles que me llevan a un sinfín de pensamientos y sentimientos que me afectan emocionalmente hasta el presente, el detonante principal; “el desempleo”, y es acá donde quiero precisar, en lo que Viviane Forrester menciona como “una falacia descomunal: un mundo desaparecido que nos empeñamos en no reconocer como tal y que se pretende perpetuar mediante políticas artificiales. Millones de destinos son destruidos, aniquilados por este anacronismo debido a estratagemas pertinaces destinadas a mantener con vida para siempre nuestro tabú más sagrado: el trabajo”. (Forrester, V. 2000) 

Personalmente, como he mencionado, el desempleo dañó no solo mi economía personal, también me llevó a la depresión y a ese sentimiento profundo de “improductividad”, “vergüenza” e “inutilidad”. Aun entendiendo de una manera más crítica el contexto, la realidad. Eso no colaboraba en restarle al sentimiento de culpabilidad, sabiendo además, la sociedad de control y terror en la que vivimos, que se encarga por los medios ideológicos de dominación, de generar perversa y moralmente estos sentimientos para desviarnos y distraernos, como siempre lo ha hecho, del fondo y raíz de las problemáticas. 

Algunos tenemos la oportunidad de saber que mucho del trabajo de las organizaciones sociales no gubernamentales en los países latinoamericanos depende directamente de los países del “primer mundo” y sus agencias de cooperación, y también tenemos claro que cuando se les da la gana se pueden retraer de la inversión, y así poner a temblar a miles y miles de personas del “tercer mundo” que estamos atadas de cuerpo completo ante su poder. Ante esto, V. Forrester nos dice; "¿Cuándo tomaremos conciencia de que no hay una ni muchas crisis sino una mutación, no la de una sociedad sino la mutación brutal de toda una civilización? En todas partes se habla constantemente del “desempleo”. Sin embargo, se despoja al término de su sentido verdadero porque oculta un fenómeno distinto de aquel, totalmente obsoleto, que pretende indicar. No obstante, nos hacen al respecto laboriosas promesas, generalmente falaces, que nos permiten vislumbrar cantidades ínfimas de puestos de trabajo ágilmente emitidos (saldados) en el mercado; porcentajes despreciables en comparación con los millones de individuos excluidos del trabajo asalariado y que, tal como van las cosas, seguirán en esa condición durante décadas. ¿Y en qué estado se encontrarán la sociedad, ellos y el “mercado del empleo”?

Pero, ¿Cómo se vive la carga moral del desempleado aquí y ahora? 

Dentro del núcleo familiar las contradicciones son más intensas, las presiones, las emociones, y demás no se quedan fuera. Después de vivir durante más de dos años de manera independiente, decido volver a casa de mis padres; eso fue difícil de asimilar, luego todo lo que se venía: La responsabilidad de ser adulto, que va de la mano con ser “productivo”, (¿Qué pasa entonces con el trabajo infantil, ellos son adultos obligados válidamente?) quien no trabaja es un haragán, roba oxígeno, si no produce no come. ¿Hemos escuchado y vivido esto alguna vez? 

En contraposición; se siente admiración y respeto por el amigo, el vecino que habla varios idiomas para trabajar en un call center, una persona que estudia psicología, trabaja y al mismo tiempo construye la casa familiar, “es un ser admirable” por todo lo que ha logrado y luchado, pero trabaja en una maquila moderna. Con premios e incentivos de productividad, no tiene ninguna conexión su actividad laboral con su formación profesional, ¡pero tiene trabajo! 

Los comentarios de las personas en el entorno son; ¡al menos trabaja! ¡Se gana sus centavos rajándosela! Todo ello, sin importar si el trabajo tiene relación o no con su profesión. No importa si no haces lo que quieres y para lo que has estudiado. Lo importante es que produzcas, que consumas para ser aceptado, responsable y reconocido socialmente. 

El sistema ha sido tan hábil ante esas formas de esclavización que en los espacios cotidianos no se critican esas formas, simplemente se asumen como naturales, se normalizan. Se vuelve tan perverso que nos confronta entre nosotros mismos. 

“Tanto en el pasado como en la actualidad, la educación impartida por las instituciones escolares es ofertada como el medio para lograr un capital cultural con el que poder asegurarse unas condiciones de vida digna en el futuro” (Torres, Jurgo 2001) 

A pesar de que la profesión debería alimentar o nutrir una posición crítica en el trabajo, lo que sucede es una enajenación de la persona ante este. Es decir; lo absorbe y lo reprime, no es digno de iniciativas o propuestas, a menos que éstas sean para generar más capital para la institución que se labora. 

Se abre una posibilidad para la clase media alta de producir educación para producir capital (privatización de la educación vs oferta de trabajo), “reaparece así con más fuerza la lucha desde la derecha política y desde los grupos empresariales más poderosos por reformar los sistemas educativos para hacerlos más competitivos y con mayor capacidad para diferenciar y jerarquizar a la población”. (Torres, Jurgo 2001)

Para el pobre se vuelve dignificante el estudiar para superarse y ser alguien en la vida. “Estudio porque quiero vivir dignamente, para dignificar a la familia, que no sufran lo que yo sufrí, que no pasen las penas que yo pasé”. El caso del joven que entró a trabajar a la institución de gobierno siendo conserje y desde éste espacio se motiva a estudiar y superarse escalando puestos, hasta llegar a ser el director de un departamento, es un ejemplo moral de que el que se esfuerza puede lograrlo. Pero después de 25 años, simplemente lo despiden y ¿dónde quedó la dignidad?, ahora es un hombre maduro, no conoce otra cosa, se profesionalizó en la y para la institución gubernamental y cuando ya no eres joven, te pueden descender de puesto, bajar el sueldo, denigrarte y correrte. ¿Hasta donde te puede llevar tu dignidad profesional? ¿Serás rico, dueño, poderoso? 

O el caso “Yo quiero ser ingeniero civil, pero las condiciones del mercado laboral plantean en la oferta educativa la carrera de licenciado en sistemas (La modernidad de la tecnología, es una mágica manera de atrapar a los estudiantes), es más probable que pueda trabajar en esto, que en lo que me gusta. En la casa te dicen; estudia esto porque en esto vas a ganar plata, ahí es donde hay chamba y pronto vas a trabajar, es lo que está de moda, ¿por qué quieres estudiar eso? si eres bueno con las computadoras y eso te va a dar dinero. 

Pero no todas y todos podemos acceder a la oferta educativa que nos hace el sistema, hay que pagar la escuela, el transporte, los materiales y muchísimas cosas más. Además, se suma la competencia que el mismo sistema impone, hay 4,000 plazas y son un millón de solicitantes. Esto les permite renovar al personal, con menos ingresos y mejor calificados, jóvenes entusiastas que lo que quieren es trabajar y adquirir la experiencia, (los ya 4,000 empleados que existen, tienen experiencia pero han generado antigüedad, derechos y son mayores) si los corres ahora, puedes contratar a los nuevos con menos prestaciones, menor sueldo, mejorar las ganancias, menor inversión, más y mejor productividad. 

Así que podemos concluir que las condicionantes del sistema capitalista son: 

1. La familia es una herramienta para sostener moralmente el sistema dominante,
2. Las relaciones sociales están en función de la competitividad productiva, 
3. La estructura educativa está en función del capital y la competencia, 
4. La educación sirve a los dineros no al desarrollo de las personas, 
5. Las sociedades se “superan” en función del capital, no en función de sus características geográficas y humanas. 



Bibliografía:

1. Forrester, Viviane. 2000. “El Horror económico”. México. Fondo de Cultura Económica.
2. Torres, Jurgo. 2001. “Educación en tiempos de neoliberalismo”. España. Ediciones Morata.

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